La última semana fue una joda. Suena vulgar, pero describe a la perfección lo que pasó en la sociedad riojana: las invitaciones a tomar mate se multiplicaron exponencialmente, siguió cayendo el uso de barbijo y todos empezaron a descongelar la carne. Había una idea que flotaba en el aire: que en la provincia no había casos del coronavirus que desató la pandemia. Pero ante una enfermedad en la que la mayoría de los pacientes son asintomáticos, afirmar a esa altura que La Rioja estaba libre de COVID-19 era, como mínimo, apresurado.

Lo que había en realidad en la provincia hasta ayer era “cero casos confirmados”. Porque una cosa es el caso confirmado y otra muy distinta son los casos en general. Por eso sorprendió a tantos que este sábado se informara que una mujer de 52 años que falleció en el Hospital Virgen de Fátima tenía COVID-19.

En las redes sociales, las teorías conspirativas están a la orden del día. No son pocos los que creen que se ocultaron casos. Su explicación es muy sencilla: de un día para el otro se encontraron con un caso confirmado de COVID-19 y no saben cómo se contagió. Entonces creen que las mintieron, que había otros casos que no fueron informados.

Sin embargo, lo que ocurrió era posible. El gobierno lo sabía y lo comunicó varias veces. Es cierto que La Rioja llevaba 19 días sin nuevos casos confirmados, pero cuatro de cada cinco pacientes de COVID-19 son asintomáticos, por lo que era muy posible tener casos que no se conocían o que ingresaran personas contagiadas –como el camionero tucumano detectado en Vichigasta–, porque no había indicios que despierten sospechas.

En suma y dicho en criollo: cero casos no es lo mismo que cero casos confirmados. Y ese es el mantra que el gobierno deberá repetir hasta el cansancio para evitar el relajamiento social: que el peligro de los asintomáticos siempre está latente. El éxito parcial del gobierno es indudable, pero corre el riesgo de que sea malinterpretado por la población. Habrá que afinar el discurso.

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