Pasaron 51 días entre el femicidio de Verónica Brizuela en Aimogasta y el de Melina Rojas en Olta. En el medio, el primer día del año fue asesinada Noelia Albornoz en su casa del barrio Urbano 41. Tres muertes en menos de dos meses. Una cada 17 días.

Hay una lógica que en muchos femicidios se repite: la cuota de responsabilidad del Estado.

Pero el problema es que no hay casos que marquen un antes y un después definitivo. El Estado puede llegar tarde, pero si ya pasó una, dos, diez veces, la omisión es sencillamente criminal.

Fue necesario un Cromañón para que cambie radicalmente la seguridad en los boliches, pero no bastó en materia de femicidios en La Rioja un caso como el de Deolinda Torres, en el que a la víctima la mandaron a su casa cuando fue a denunciar por violencia de género a su ex pareja, porque estaban de vacaciones.

En este punto hay que hacer una aclaración. No todo es negativo. Sí hubo cambios muy positivos tras los femicidios de Deolinda Torres y Sabina Condorí. No sólo La Rioja se transformó en una de las pocas provincias con un fuero especial en materia de violencia de género, sino que se aceitaron los mecanismos de asistencia.

Pero el femicidio de Verónica Brizuela, otra de las víctimas que había pedido (y recibió) ayuda al Estado, demostró que la denuncia no es suficiente. Apenas 51 días después mataron a Melina Rojas, que también había advertido sobre su situación.

Ayer, en conferencia de prensa, la subsecretaria de Planificación y Gestión de la Secretaría de Salud, Mimi Vilte, dijo que “el Estado es responsable” de la muerte de Melina Rojas.

Hemos llegado tarde. Si fue la justicia, si fue la policía, a nosotros desde el área de asistencia no nos importa porque el Estado es uno solo. Claramente si había varias denuncias es porque la víctima estuvo pidiendo auxilio”, reconoció Vilte en declaraciones reproducidas por Radio Fénix.

La sociedad, sin embargo, no necesita explicaciones ni un mea culpa, sino soluciones. Hay que saber qué falló, pero fundamentalmente, qué se va a hacer para que no vuelva a fallar. No bastan las buenas intenciones.

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