Otra grave denuncia fue difundida por el portal www.mareaverde.com.ar, en un artículo realizado por Antonella Sánchez Maltese, y que expone el desgarrador testimonio de una joven que dijo haber sido abusada cuando era niña en el barrio Las Agaves.

LA NOTA

Gracias al “Yo te creo hermana” la joven pudo llevar su caso a la Justicia de La Rioja. Quiere terminar con la “impunidad” de la que goza el hombre al que denunció como su agresor, cuando todavía se lo cruza en las calles de La Rioja y que éste tenga una “condena social”.

Ella tiene recuerdos tormentosos que la remiten a su infancia. No recuerda si fueron dos veces o diez, durante cuatro meses o por más de seis. Cómo recordarlo si apenas tenía cinco años cuando asegura que su tío la abusó en la casa de su propio abuelo, en el barrio Las Agaves, donde vivía su familia y la del agresor.

Hoy con 22 años y después de 17 de mucha angustia puede, y quiere, contar con nombre y apellido, sin vergüenzas, la experiencia que la marcó en su corta vida. “Es la forma de empezar a sanar”, asegura.

La causa por “delito contra la integridad sexual con acceso carnal” contra Alfredo Cardozo, ex marido de su tía, está radicada en el Juzgado de Violencia de Género y Protección de Menores N° 2 a cargo de la jueza Magdalena Azcurra, quien ya dispuso como medida preventiva que el denunciado no puede acercarse ni perturbarla mientras dure la investigación judicial.

ATROPELLAR LA INFANCIA

La “forma en círculos” no se borra más de la mente de L.V. Es la que hacía el denunciado “cada vez que me limpiaba después de abusarme y hasta el día de hoy me atormentan”. El recuerdo de aquel sufrimiento tiene tiempo y espacio para ella. “Los actos de agresión sexual sucedían por la siesta cuando los niños quedábamos solos con él a cargo. Su método, por así decirlo, consistía en pararse en la puerta de la pieza donde todos estábamos mirando tele, decirme que vaya con él así me daba plata para comprar caramelos, me agarraba de la mano y me llevaba a la pieza de mi abuelo”.

El denunciado utilizaba un anzuelo pensado para una niña. Porque claramente L. lo era. En un relato pormenorizado que la joven escribió para poner en palabras tanto sufrimiento describe lo atroz de aquellos abusos, cómo la arrodillaba, cómo la tocaba en sus partes íntimas y la penetraba. Luego la limpiaba “con un trapo de piso sucio de la puerta o con alguna ropa que encontraba en el canasto de la ropa sucia”.

Dentro de su inocencia y sin entender con claridad lo que estaba ocurriendo un día le preguntó a su hermana de 8 años si estaba bien lo que hacía el marido de su tía, y recién allí pudieron contarselo a la madre de ambas. Hubo conflicto familiar, ella, sus hermanos y madre se mudaron de esa casa de convivencia compartida. Por entonces la joven denunciante apenas terminaba el jardín y sus primos, hijos de él, tenían su misma edad.

YO TE CREO, HERMANA

La joven recién pudo entender con más claridad lo que había sucedido cuando fue adolescente y con su primer novio llegó el deseo sexual, ese que nunca pudo vivir con el placer de una edad y contexto normal. “Me costaba mirarme desnuda, bañarme, y querer mi cuerpo. Sentía asco y desprecio por mi cuerpo, me sentía sucia, usada”, relata.

Asegura que toda su vida sexual estuvo marcada por aquello episodios que le quitaron la inocencia de la niñez. “Volvían a mi mente estos recuerdos y sensaciones en mi piel y entraba en una crisis de llanto. Mi vida nunca volvió a ser lo mismo desde que mi agresor me quito la seguridad. Tanto en lo sexual como en la vida cotidiana en sí”.

Los “años de silencio y tortura interna” terminaron a fines del 2019 cuando finalmente L.V decidió hablar con su familia, abuela, madre y padre, para contarles que no tenía paz, que el abuso que hoy puede denunciar la estaba matando de a poco y que en varios momentos pensó en quitarse la vida.

Creer en el relato de la víctima es una conquista y marca de esta época. Ella no duda que el contexto que vivimos con el “Ni una menos” o “Yo te creo hermana” que explotó luego de la denuncia de Thelma Fardin, la ayudaron a vomitar todo ese recuerdo oscuro que le nublaba la vida.

“Cuando lo hablé con mi papá a los 14 años le dije que no quería que nadie lo sepa porque me daba vergüenza, porque pensé que no me iban a creer o me mirarían con lastima. Hoy es otra situación, siento el apoyo del movimiento, que la gente cambió bastante su forma de pensar y que ahora nos escuchan”.

Quiere exponerlo y pide especialmente que en la nota periodística aparezca el nombre de su agresor. “Yo tengo fe en la justicia, aunque se que es lerda y a veces injusta y manipulable. Pero también creo que no hay peor condena que la social, no puedo ver que ande libre por la vida como si no hubiera hecho nada”.

Sabe que La Rioja es chica y las posibilidades de cruzarlo en la cotidianidad es grande: “Lo peor de todo para mi es que cuando nos cruzamos el tipo es tan caradura que me mira fijamente o se da vuelta para mirarme. Que la gente sepa que él es un pedófilo, un violador, y que sabiendo todo eso elija si quiere estar al lado de él, o no”.

EL TIEMPO DE SANAR

La denuncia llegó 17 años después cuando pudo poner las palabras y recuerdos oscuros en un relato judicial. Seguramente habrá pruebas que el paso del tiempo borró, ante las cuales la Justicia con perspectiva de género empieza a abrir caminos alternativos.

Nuestro país tiene un andamiaje normativo que no estuvo pensado para cuando estalle la rebeldía contra tanta violencia machista a niñas, niños, adolescentes y mujeres, contenida entre cuatro paredes durante siglos.

Creerle a quien denunciaba a un pariente, amigo de la familia o vecino que tenía que cuidarnos y se había convertido en nuestro violador o agresor, hace décadas era impensado. Las violaciones y abusos en la infancia, más específicamente los intrafamiliares, son muchos más de los que se denuncian y la naturalización cada vez menos tolerable.

Por lo pronto el fiscal Marcial Cerezo ya ordenó la pericia psicológica a la víctima, y a principio del mes próximo será citada para ampliar la denuncia. Testigos y familiares seguramente serán claves para el proceso judicial que seguirá.

La joven lleva adelante un tratamiento psicológico que la ayuda a poner en foco algunas partes borrosas de una película de terror. El relato que escribe en un word para difundirlo tiene la pluma de las entrañas: “Que se haga justicia por la niñez que me arrebataron y por la confianza que nunca voy a recuperar. Por los años de desprecio a mí misma sin yo haber tenido la culpa de que me ataquen. Por los días en los que no quise vivir más, porque mis recuerdos pesaban más que mi presente. Por las noches que llore sola sin poder hablarlo y por todas que nos animamos hablar, porque gracias a eso es que yo me animé. Porque siento el apoyo de las que ya no callamos más”.

By admin